Se trata de un tema recurrente que está en boca de todos: la inteligencia artificial ha llegado a nuestras vidas para quedarse. La pregunta es: ¿como nuestra aliada o como nuestra enemiga?
Siempre he pensado que las nuevas tecnologías deben estar al servicio del hombre y su función debería ser mejorar nuestras vidas: lo mismo debería ocurrir con la inteligencia artificial. Sin embargo, empiezan a salir libros cuya portada se ha hecho con la IA, catálogos con imágenes hechas exclusivamente con la IA y hasta Telecinco tiene una presentadora creada por IA. Eso me hace preguntarme si la IA pretende ayudarnos o suplantarnos. En realidad, es una pregunta que muchas personas se hacen y, por eso, se habla de establecer normativas y legislaciones al respecto, y algunos sectores incluso se han movilizado, como en el caso de los ilustradores que lograron que se retirara un libro de muchas librerías por su portada.
Pero, ¿qué pasa con los traductores?
A veces, creo que nos hemos acostumbrado tanto a que nos ninguneen que aceptamos cualquier cosa. Aceptamos que no haya un colegio de traductores, por tradición o por comodidad de unos cuantos. Aceptamos que nos pidan descuentos por todo: por volumen, aunque un proyecto nos lleve el mismo tiempo y encima nos haga rechazar traducciones de otros clientes mientras lo llevamos a cabo; por primera colaboración, porque nuestro currículo no basta para probar nuestra valía; porque la situación actual es como es (y al parecer nosotros debemos vivir en un mundo aparte y podemos permitirnos bajar nuestras tarifas a pesar de que los precios no paren de subir); por el intrusismo, ya que hay muchos traductores que aceptan cualquier cosa con tal de trabajar. Y ahora, por el auge de la traducción automática y la inteligencia artificial. Y es que resulta que, de pronto, no somos nadie. Nuestro trabajo lo puede hacer perfectamente una máquina y, como mucho, se nos necesita para revisar. Y eso en la mejor de las situaciones porque también hay empresas que directamente han decidido prescindir de los traductores.
Señores, la IA y la traducción automática deberían ser herramientas que nos ayuden a hacer mejor nuestro trabajo, a agilizar procesos, a aceptar más palabras, pero no un medio para pagarnos menos o para eliminarnos. Además, es que nos resignamos a cualquier cosa: la mayor parte de clientes meten sus textos en un motor de traducción automática generalista, hacen clic y te mandan el resultado. Dan por hecho que, como parece un texto fluido, debería estar bien, pero no, no suele estarlo. Hay fluidez, pero muchas veces el resultado no es coherente con el texto original y ni que decir tiene que los textos pierden su alma si no se trabaja sobre ellos. Ahora mismo por hacer un clic, nuestras tarifas se han reducido casi a la mitad. Un clic que podríamos estar haciendo nosotros mismos.
No escribo esto como una forma de oponerme a la traducción automática, pero sí lo escribo porque creo que deberíamos ser capaces de poner normas, de defender nuestro trabajo, de plantear este nuevo proceso como una ayuda y no como una forma de abaratar costes. Deberíamos demostrar que sí somos importantes, que nuestro trabajo no es aséptico como el de la IA, que una máquina aún no es capaz de transmitir la misma pasión ni la misma magia que un traductor profesional. Puede que algún día lo consiga, no digo que no, pero si tiramos la toalla desde el principio, estamos condenando nuestra profesión a su futuro exterminio y nuestra profesión es maravillosa.